Obviedades olvidadas sobre el “humanismo” empresarial

Una reflexión sobre la tecnocracia de los Recursos Humanos

Samanta Fink
4 min readJun 5, 2022

En este artículo recorremos varias obviedades que desde ya no sorprenderán pero quizá sirvan de recordatorio o para profundizar en ellas.

Empecemos por la obviedad más fundamental: llevamos siglos viviendo bajo un sistema de organización socioeconómica que se basa en la alienación y la objetualización de las personas, vulnerando los vínculos y la agencia (capacidad de los sujetos para actuar, resistirse y tratar de subvertir las estructuras dominantes y opresoras, siguiendo a Judith Butler) que las relaciones sociales habilitan. Dicho de otro modo, en un sistema neoliberal como el que nos enmarca, nos empobrecemos socialmente hasta el punto de pasar por opresiones de distinto grado y profundidad.

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Pasemos ahora a la siguiente capa de obviedades para reconstruir esta trama de deshumanización. Me refiero al arma de doble filo que tiene la opresión neoliberal cuando opera en el sector productivo. Las compañías necesitan tratar a l_s emplead_s como cosas, recursos, a los que se les pueda extraer más de lo estrictamente necesario para compensar económicamente la relación tiempo — esfuerzo. Así es más fácil evadir la “culpa” de robarle el tiempo y la energía a las personas, que bien podrían estar usando en otras actividades como educarse, practicar una actividad creativa, cuidar de sus seres queridos, etc. De la mano de esto ocurre también el hecho que buscan eufemismos amables para no expresar la relación laboral y llevar un vínculo de explotación al campo de lo familia con términos como “colaborador_s” o gentilicios que correspondan al nombre de la empresa, y los jefes se muestran como un hermano mayor o tío macanudo. La clave está en borrar el límite del vínculo laboral y entrar al territorio de la familia y la amistad. Una lógica perversa y alienante para l_s trabajador_s que con gran cinismo deshumaniza prometiendo humanizar.

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Hacia 1958, en la Universidad de Stanford se empezó a hablar de la importancia de diseñar desde una mirada centrada en las personas y tomó unas décadas más que en las empresas se comience a expandir la idea y a estar presente en su discurso y como parte de las actividades cotidianas que se realizan dentro de sus muros. Hace poco tiempo se enteraron que somos seres humanos y que tiene sentido diseñar y desarrollar productos y servicios que se ajusten a las realidades de las personas que los usan.

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Entonces, si lo que nos hace humanos es el lenguaje, la capacidad de simbolizar lo que la realidad nos presenta en el ejercicio de interpretación que dará lugar a la posibilidad de que exista la comunicación (que a su vez implica la existencia del aparato psíquico). Si nuestra historia de vida, las diversas experiencias que vivimos y cómo la contamos hacen a nuestra identidad y nuestra forma de vincularnos y constituyen el pasaje de la subjetividad a la intersubjetividad, ¿cómo es que lo que suele preguntarse una empresa sobre sus sujetos relevantes (usuarios, clientes, empleados, etc.) suele ser en clave utilitarista cosificatoria al tiempo que habla de human centricity, empatía, etc.? (y se vanagloria de ello). Esta obviedad es una contradicción. Algo muy humano porque recordemos, y aunque no parezca, las empresas están constituidas por personas.

Por ejemplo, ¿cómo es que en un proceso de selección se pregunta única y exclusivamente sobre la trayectoria laboral, las habilidades técnicas y “blandas” para desempeñar tal o cuál función, si hay tantísimas otras experiencias de vida que pudieron preparar a esa persona para ese puesto?

¿Qué podría ser capaz de hacer un_ migrante, alguien que atravesó un duelo, o alguien que puede criar o cuidar de otr_?, ¿Acaso la capacidad de adaptación al cambio y tolerar la incertidumbre no es valiosa? O la capacidad de aprender e integrarse en equipos multidisciplinarios, de comunicarse para que distintas personas con diferentes singularidades pueden entenderla, o quizá el insistir que las cosas pueden hacerse de otro modo y empujar un poco los límites de lo posible no es visto como motor para la innovación.

Por ejemplo, migrar implica sobrellevar altísimos niveles de estrés por la mera planificación de trasladarse de un sitio a otro y todo lo que ello implica desde los detalles más nimios de gestión hasta duelar vínculos con personas y lugares, adaptarse a un nuevo entorno cultural e incluso aprender una lengua diferente, etc. Esto es lo que se conoce como trabajo migratorio, y requiere de un conjunto de capacidades, habilidades, e inteligencias múltiples coordinadas en un esfuerzo de adaptación enorme. De hecho, la mudanza, el parto, y la muerte son los eventos más traumáticos en la vida, ¿cómo podría omitirse como válido el haber pasado por situaciones semejantes?

No me interesa concluir con una posta o verdad sino dejar la cuestión abierta a seguir pensando y quizá motivar alguna agencia.

Retomemos la idea de agencia del principio, Judith Butler deconstruye la categoría de identidad mediante la performatividad, que nos permite pensarnos en el límite, entre la interdependencia y la vulnerabilidad. Al considerarnos como sujetos performativos y vulnerables a nuestras interacciones tanto con el contexto como con l_s demás, todo cuestionamiento de las normas que nos enmarcan derivarán en una transformación del propio yo. Esta transformación que comienza en nuestras propias identidades, conduce a otra manera de entender lo humano y a otra forma de plantear nuestras agencias políticas, es decir, de ser con otr_s en un ejercicio que podemos tomar no solo como una capacidad sino como la oportunidad de hacérsela un poco más difícil a lo(s) que nos oprime(n).

Si bien esto no es una obviedad sí puede inspirar a una reflexión de lo que quizá si aparezca como evidente: la necesidad de transmitir que somos mucho más de lo que pueden, quieren, o deben ver de nosotr_s y que el modo en que nos tratan tiene sus consecuencias. Algo que en el mundo neoliberal pareciera no registrarse por la ilusión constante de disponibilidad absoluta (de talento, recursos, etc.) y su consecuente actitud predatoria de humanidades o human centricity, como les gusta repetir.

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Samanta Fink

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