La pregunta como proyecto

Samanta Fink
4 min readApr 19, 2020

Son tiempos para ponerse existencialista. Es un momento donde emerge la pregunta donde antes había una cómoda certeza, la de ese orden preestablecido que era la base sobre la cual planificábamos todo lo demás.

La pregunta es vehículo de apertura a posibilidades, constitutiva del marco de cualquier proyecto, y en este aspecto proyectual en articulación con la incertidumbre imperante aparecen herramientas como la que planteó Enrique Pichon-Rivière:

“En tiempos de incertidumbre y desesperanza, es imprescindible gestar proyectos colectivos desde donde planificar la esperanza junto a otros.”

¿Qué nos puede aportar la psicología social para ayudarnos a reordenar(nos) y volver, o mejor dicho, reconstruir la vida social? Porque si algo hay de cierto es que ya no hay retorno a la vida social tal como la concebíamos. Esto, ladies & gentlemen, tiene pinta de duelo colectivo. Sería fútil y peligroso negarlo. El COVID-19 irrumpió como lo que Lacan llamó lo Real, siendo claro signo de una situación traumática que arrasa con todo lo conocido como un tsunami.

Ilustración por Sergio Romantino

Por eso tanto imperativo y tips de autoayuda con frases que llaman a establecer una rutina, a ir paso a paso, a hacer todo tipo de actividades y (eso sí) continuar con el conocido (mal)hábito de llenarnos de cosas para hacer y videollamadas por tener para evadir el temor de no tener nada que hacer, decir, o simplemente descubrirnos sol_s. Dato para la posteridad: vamos a morir sol_s de todos modos.

¿Y qué pasa si no tenemos esa videollamada, si no hacemos la masa madre o pintamos la mandala? ¿Qué hay de malo en eso? ¿Somos peores personas? ¿Tenemos un trastorno antisocial?

Las redes sociales amplifican voces y dan lugar a una polifonía que no siempre acierta en los mensajes que circulan y los sentidos comunes que se gestan. Vivimos un momento, donde además, se confunden asuntos graves con giladas. Se le dice “psicópata” a alguien que se siente más o menos a gusto estando en su casa, con notoria liviandad y en tono un moralista maquillado de algún tipo de humor, como para reforzar la envidia del propio enunciante que no puede consigo mismo en su soledad.

Las palabras crean y recrean realidades y no se están usando responsablemente. Ni aún en momentos como este donde se requiere consideración, cooperación, y registro del otr_. ¿Qué esperamos?

Acá no se trata de tips o respuestas/mandatos que cumplan la función de un bálsamo para sobrellevar mejor el aislamiento. Pero sí tratar de transmitir la necesidad de ser bueno con uno mismo para ser bueno con los demás. Permitirse preguntarse ¿por qué yutear al otr_? ¿por qué defenestrar a ese otr_ que se banca mejor o peor el aislamiento? ¿por qué dar consejos? (¿quién los pidió?) ¿por qué no vivir y dejar vivir como se pueda/quiera?

También son tiempos para orientar bien las preguntas y convocar a las diversas áreas que nos ayudarán a llegar a buen puerto. Son tiempos de escuchar a epidemiólogos y profesionales de la salud y la biología, así como también a científicos sociales, profesionales de las humanidades y de la salud psicosocial. La respuesta será tan rica como la integración multidisciplinar sea posible.

Aquí hay dos posiciones en tensión: la de evadir la angustia del aislamiento con estímulos de todo tipo con tal de negar o reprimir las preguntas que afloran en este (no) tiempo, y la contraria que implica estar abiert_ a hacerse esas preguntas y explorar hacia dónde llevan, permitiendo que también aflore una variedad de estados anímicos y sentimientos. Son posiciones subjetivas, sí, y no están exentar de la estructura psíquica que las produce.

Por It’s nice that.

Hacerse preguntas molesta, es incómodo, es difícil y nos confronta con aquellas ideas y preconceptos que tenemos. Problematizar y hacernos preguntas nos empuja a transformarnos un poquito, a abandonarnos en pos de resignificar algo que dábamos por cierto o por absoluto. Nos arroja a un territorio donde los límites son dinámicos y difusos, y hay que bancarse esa incertidumbre (como nacer). Esta misma es la naturaleza del proyecto (al que se suele llamar “hijo”), una idea que solo puede tomar forma a medida que se la transita, y ese camino está plagado de incertidumbre (no por nada el maridaje entre las cs. sociales y humanidades y las disciplinas de diseño es tan funcional). Armamos una familia creativa.

De ahí que este momento de pandemia donde la incertidumbre es la certeza de cada día nos confronta con la propuesta de qué hacer con el tiempo, nos recuerda que el ocio puede ser productivo y que las actividades típicamente productivas (o que nos hacen sentir productivos) pueden ser en ciertos casos vendas que nos cubren los ojos para no ver que podemos hacer con nuestro tiempo cosas vinculadas a nuestro deseo.

El deseo. Esa es otra búsqueda. Como si fuera fácil hacerla, ya que no deseamos lo que creemos desear, menos aún si no trabajamos en un registro de algún tipo del inconsciente, allí donde el deseo se aloja. ¿Y si lo que deseamos no tiene que ver con ser productivos? ¿Y si lo que deseamos no tiene que ver con consumir? Porque también se producen y se consumen aspiracionales, mensajes, ideas, discursos, posts, relaciones y vínculos…

Lo que queda claro (¡al fin una!) es que el camino de la evasión — el del antiproyecto — por más legitimado socialmente e instagrameable que sea, dista mucho de ser una vía constructiva y orientada hacia el crecimiento personal, y por extensión, social. El proyecto se alimenta preguntas, pide una actitud de apertura y qué mejor momento para proyectar que una instancia como esta donde reina la incertidumbre, donde tenemos la oportunidad coyuntural de construir junto a otr_s.

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Samanta Fink

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