La escucha como resistencia

Una propuesta para combatir la pedagogía de la intolerancia

Samanta Fink
7 min readSep 6, 2023

Con el aspiracional de normalidad y la idea fantasiosa de felicidad, en medio de una actualización del fascismo a escala mundial, estamos viviendo un momento de producción de subjetividades en serie para que resulte más práctico categorizarnos y controlar nuestras expresiones sociales para limitar nuestro potencial de agencia.

Cuidar de la autenticidad y de la capacidad de pensamiento crítico para habilitarnos la posibilidad de un discurso propio en momentos absolutistas y de alta intolerancia como los que se actualizan en los últimos años, es lo que nos puede devolver algo de la solidaridad y comunalidad que estamos perdiendo mientras la tendencia es reivindicarla (fallidamente) al grito de la empatía.

Digo fallidamente pero en realidad quiero decir veladamente, ya que se habla mucho de escucha pero no se sabe, ni se puede, y tal vez tampoco pareciera interesar escuchar.

La escucha requiere de una disposición, antes de cualquier otra cosa. Esa disposición responde, para mí, a un ordenamiento en función de una posición subjetiva. Pero si la subjetividad es un producto fabricado en serie por las corporaciones que concentran poder y controlan el mecanismo de reproducción capitalista ¿cómo podemos encontrar un modo de escucha desde otra disposición más auténtica y singular?

¿Por qué una escucha auténtica y singular?

Simplemente porque desde la captura de la categoría a la que nos esforzamos por responder cuando reproducimos acríticamente discursos normalizantes, dejamos de lado toda instancia de apertura. La no-escucha está dada por el ejercicio del diagnóstico y la nomenclatura impuesta con el fin de tranquilizar en el marco de una política y pedagogía de la intolerancia.

La intolerancia queda en evidencia de la mano del mandato de la felicidad y su política punitivista y segregatoria del (mal)estar como respuesta lógica a los tiempos neoliberales de derechas en procesos de extremismo a escala global. La coyuntura para terminar de anular la agencia social que todo movimiento de resistencia (en pos de una diversidad social) necesita está ya aplacando todo mínimo atisbo de agencia al hegemonizar lo que otrora tuvo algo de singularidad.

Ya no se necesita el recurso bélico para librar una guerra. Con el favor de la globalización y la adaptación de los medios de comunicación en dispositivos digitales y cómo se proponen ofertas identitarias para consumir y reproducir, el capitalismo hipermoderno se las está arreglando bastante bien para desarticular la agencia social y mantener a la población idiotizada, en busca de una identidad (idiota e identidad comparten la la raíz latina “id”); anestesiada, en tanto insensibilizada y acrítica; entristecida, con niveles de ansiedad y depresión considerablemente altos; y capturada bajo discursos como los expuestos anteriormente, repetidos en loop y reforzados en estereotipos eficientemente adaptados y homogenizados.

La receta del fascismo con todos sus ingredientes hacen esta torta que se parece mucho a lo que se quiere que veamos y actuemos en conformidad.

La resistencia está en la escucha

¿Cómo recuperar algo de agencia en tanto poder — hacer?

El aspiracional de la escucha activa reproduce un modo de escucha empobrecido, producto de la sobre-estimulación de los tiempos que corren y la expansión de la ansiedad, que dificulta mucho el registro de un otro en y a través de la escucha.

La escucha activa no es otra cosa que la capacidad de prestar atención al hablante y ahí se queda. No implica necesariamente una posterior interpretación, interpelación, ni promueve un diálogo. Es simplemente atender, requisito mínimo en todo acto de comunicación. Como no resiste mucho análisis, creo más interesante hablar de la escucha profunda propia de disciplinas como la antropología o el psicoanálisis, aunque claro, en distintos dispositivos instrumentales ya que el tipo de escucha que se practica en campo difiere del de la instancia analítica al tener distintos objetivos. Sin embargo, hay algunas similitudes y en ellas me apoyo para pensar la escucha profunda como alternativa al modo de escucha “activa” impuesta como tendencia.

Cabe la siguiente precisión: la escucha psicoanalítica implica un modo de trato, de ahí el “tratamiento”. La escucha antropológica tiene el modo de trato como base de la observación sin fines terapéuticos. Lo que plantea el siguiente problema: Si un antropólogo trabaja en una comunidad Qom y conversa con una mujer que le dice: “Doctor, desde que vino y hablamos de la violencia de género en casa, los cachetazos de mi marido que antes no me dolían, ahora me duelen.” ¿Tiene la escucha antropológica un fin indirectamente terapéutico? Lo que la escucha antropológica promueve es una posible agencia social en tanto que habilita la movilización de las personas y de la palabra para que se haga algo con ello como comunidad. Esto forma parte del oficio antropológico al tratarse de una disciplina militante en tanto que trabaja en pos del desarrollo social/comunitario.

La antropología es una ciencia comprometida con lo social. Al observar, no se lava las manos en una búsqueda absurda de una presunta objetividad.

La escucha profunda tiene el potencial de catalizador social (por eso no se habla de ella y se privilegia a la escucha activa — que se agota en su pasividad — como falsa ilusión de registro del otro, ya que la atención por sí misma no habilita una acción ni dinamiza un pensamiento.)

Uno de los problemas del diagnóstico

Escuchar para encontrar patrones o diagnosticar, sigue la fórmula de normalización que Foucault pensaba en tanto “ese poder que define qué es verdadero y falso, correcto e incorrecto, normal o anormal”. El poder, para Foucault, impone esa normalización para controlar a los individuos y, así, estén obligados a cumplir con su rol social asignado. Con lo cual, el diagnóstico no es una escucha, sino una instancia de control y categorización que tiene como finalidad tratar a las personas como masa y no desde su singularidad, homogeneizando y anulando la diferencia en un movimiento violento.

Esa es una de las definiciones de la violencia, la negación y anulación del otro, lo que implica ese silenciamiento de lo diferente en pos de una tipología única como respuesta fidedigna a (casi) todo.

La escucha profunda

En la topología de la comunicación y de los vínculos sociales, esta es una escucha que se posiciona desde la apertura. En vez de ubicarse desde la ansiedad ante la respuesta y del ímpetu de tener razón, este modo de escucha de ubica desde la necesidad del entendimiento y de alojar al otro en su relato de su verdad y de expresión de su lógica particular.

Para poder ubicarse en este modo de escucha es necesario no solo entender sino poder trabajar con y desde la relatividad y la apertura a la singularidad. Escuchar para diagnosticar o establecer universalidades se ubica en las antípodas de esta posición.

La capacidad de seguir la narrativa del otro, respetando su ritmo, sus recursos retóricos y su lógica argumental es el modo instrumental del respeto en ese alojar al otro en su discurso y en la escucha. Este modo permite comprender lo importante para el otro, lo que le preocupa u ocupa, lo que dirige sus motivaciones y/o acciones. Lo que obtenemos a cambio es no solo la “materia prima” de lo dicho para su posterior análisis (una mirada utilitarista de la escucha) sino que establecemos a partir de esta escucha un vínculo cargado de afectividad donde (idealmente) el otro se siente seguro para decir algo sobre sí y poder ser alojado y no rechazado.

En psicoanálisis se conoce como transferencia al vínculo que se establece entre analista y analizante. Metodológicamente hablando, su utilidad reside en la circulación de la palabra como forma de facilitar la asociación libre, que permite que aflore esa verdad subjetiva del analizante. Esto se hace posible al crear un espacio que aloja al otro en tanto que la carga afectiva que el sujeto imprime en su relato no es juzgado ni valorado moralmente ya que lo que interesa es identificar la lógica propia del sujeto.

En antropología, también se busca el entendimiento de la lógica propia de una comunidad en particular desde la escucha profunda para acceder a su particularidad y entender así su complejidad organizativa socio-económica, político-jurídica, simbólico-religiosa y de qué modos se expresan las relaciones sociales y de poder propias de todo grupo. Esta profundidad hace eco de la densidad heredada de Geertz con su descripción densa.

Por otro lado, la escucha profunda en tanto que admite y promueve el diálogo, implica la marcación de ciertos elementos discursivos que ponen de relieve la posición subjetiva o lo que es importante para el hablante, devolviendo así la palabra y permitiendo al otro escucharse “desde afuera”, lo que en el mejor de los casos deriva en un cambio, una reflexión, o elaboración de lo dicho para poder hacer diferente o en una dirección que tenga más sentido para el hablante.

Estamos hablando de posiciones, sentidos, direcciones, de un adentro — afuera, subjetividad— intersubjetividad, todo esto es parte de una topología de las relaciones en tanto sistema y estructura.

Entonces, la escucha profunda implica:

  • Atender para entender (no para responder)
  • Interpretar (marco teórico mediante)
  • Permitir que lo dicho nos interpele (nos toque una fibra íntima)
  • Dar lugar a los silencios (son parte de la comunicación y también dicen)
  • Re-preguntar, acentuar, o intervenir (si es posible, y desde una ética profesional)
  • Usar palabras que el otro pueda entender fácilmente (simetría)

La escucha profunda es entonces un modo constructivo, que se vale del establecimiento de vínculos más que una mera extracción de información. No busca cosificar al otro a través de lo discursivo, sino reconocerle su lugar y su derecho a ser en sus propios términos. Es una escucha que aloja desde el respeto donde, idealmente, los prejuicios y prenociones del observador se reconocen para evidenciar posibles proyecciones y evitar hablar por el otro (el acto fundacional de la violencia, dicho sea de paso).

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Samanta Fink

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