Honrar la vida

(Si se puede)

Samanta Fink
3 min readJul 31, 2022

Pareciera darse una relación entre el desencanto y el deterioro de la esperanza. Cuando no se espera ni se anhela nada, la vida pierde su brillo. Se pasa de vivir a meramente existir.

Una vez me preguntaron si *alguien* al menos despierta una mínima ilusión y mi respuesta fue contundente. No, ni para la más rudimentaria fantasía. Allí ya no hay más nada.

Entendí, más bien, recordé que de ilusiones y fantasías vivimos. Si lo que nos mueve no es del territorio de la utopía entonces ya estábamos muertos y no lo sabíamos. Y luego recordé la voz de Mercedes Sosa cantando:

No, permanecer y transcurrir
No es perdurar, no es existir ni honrar la vida
Hay tantas maneras de no ser
Tanta conciencia sin saber adormecida

Puede ser que “honrar la vida” sea un imposible. Al menos sostener esa posición por un tiempo prolongado e inerte a las circunstancias. Cuando el mundo es horrible y muestra sus lados más crueles, ¿cómo honrar la vida en él? “Honrar la vida” suena a otro mandato, o quizá el neoliberalismo instragramero ya caló demasiado hondo y debo esforzarme un poco más para no leer en clave “positivista” con el imperativo de gratitud propio de una perversión que mientras quiebra el tejido social y deprime pueblos enteros dejándolos cansados, hartos, y con lo que queda de energía, odiantes. Luego exige una sonrisa blanca y la más absoluta negación del dolor porque es incapaz de soportar que se note lo que produce. O no le interesa.

Pero le sirve. Le sirve porque solo así puede continuar con su agenda de destrucción debilitando la esforzada resistencia a los bombardeos, la hiperinflación, la enfermedad, la profundización de la desigualdad social en el mundo entero, el hambre, la explotación, los golpes con sus modernos intentos de desestabilización de procesos democráticos, la destrucción de conceptos que se vinculan con la libertad (para que ya no la podamos enunciar por el cortocircuito interpretativo que suscita). Sí, me refiero a “liberalismo”.

También se complica demasiado y se dejan en el olvido términos y construcciones como “respeto”, “consideración”, “registro del otr_”, en favor de la vaguedad y laxitud new age de “empatía”. Una palabra que no dice nada y se repite incansablemente sin saber qué se está diciendo. “Respeto” es más clara y contundente. Por lo menos me llama la atención que sistemáticamente se escucha menos. Ese silenciamiento dice mucho de las intenciones y estrategias de dominación. Sin ir más lejos, en esta misma plataforma la etiqueta “Empatía” tiene 2.3k menciones mientras que “Respeto” llega a 109.

La diferencia es clara y habla de un mecanismo de poder que se carga el agenciamiento social en pos de construir un tejido social diverso, lleno de otredades. Al residir su fuerza en la asociación es más eficiente fortalecer el individualismo confundiendo y desalentando las agencias sociales.

Es curioso lo que ocurre en el campo de batalla lingüístico: mientras la artillería apunta al lenguaje inclusivo y ocupa el tiempo y la atención de conservadores y progresistas, pasa inadvertido el desplazamiento del poder entre el respeto y la empatía. Cómo del registro de un otr_ se pasa a priorizar lo políticamente correcto. Se reemplaza la intención que se expresa en un hacer a un decir que sostiene una pose, más preocupada por las formas. Si no que venga alguien que diga con claridad qué es empatía sin caer en el lugar común de “es ponerse en el lugar del otr_, es la capacidad de sentir lo que el otr_ siente”. Demasiados artilugios para decir nada y que si se revisa un poquito más se verifica que es un imposible.

¿Cómo no sentir desencanto con estas narrativas y configuraciones de la crueldad en el mundo que nos toca habitar hoy? O quizá sea más interesante preguntar ¿cómo se (sobre)vive con esta depresión? ¿Cómo se la puede re-significar a algo que componga más de lo que descompone?

Porque hay que seguir viviendo. Y quizá, algún día, se pueda honrar la vida. Aún tengo esa esperanza.

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Samanta Fink

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