Encuentros del tercer tipo (laboral)*

Cómo la mirada antropológica me sirvió para “diseñar” mi trabajo

Samanta Fink
10 min readJul 11, 2020
Keith Haring

*Re-publicado a partir de la entrevista realizada por Antropoceno Foro.

Mi interés por la antropología, hasta ahora, se remite a tres motivos que tengo más o menos identificados. El primero (que considero estructural) se relaciona con la mirada antropológica que sin darme cuenta adquirí desde chica producto de mi diversidad inherente de mi propia identidad (judía no practicante) y de mi historia migratoria. Curiosidades producto de ser hija de una madre psicóloga social y psicoanalista y de un padre arquitecto (y anarquista) sumado a experiencias como vivir en Toronto a los 8 años e insertarme en la escuela desarrollando vínculos y un proceso de aprendizaje en un aula multicultural fue crucial. Me traje el inglés como segunda lengua.

Luego, vivir en Kfar Saba, Israel, a mis 18 años y atravesar experiencias de vida para mí inimaginables como vivenciar la segunda intifada, entre varias otras cosas, en un momento donde sentía que mi futuro estaba en juego por ser el momento de elegir una carrera.

En la base de Be’er Sheva del Ejército de Defensa Israelí en lo que fue una experiencia de entrenamiento de 15 días. Una de mis experiencias etnográficas inconscientes.

Tales experiencias sentaron las bases de procesos identitarios y de cuestionamiento que confluyeron en la pregunta ¿por qué tanta violencia?, pregunta que me hice desde chica al ser discriminada por judía, judía-agnóstica-no-practicante, petisa, por hablar bien inglés, por haber vivido en Canadá, luego ídem Israel, en definitiva, por no ser fácilmente clasificable (es decir, no controlable, inteligible desde un intento de fijar una identidad en un esquema determinado).

Mi deseo de entender qué lleva a segregar las disidencias identitarias en un movimiento violento de agresiones con múltiples matices motivó preguntas que me guiaron hacia la antropología.

Pero luego hubo un momento concreto que terminó por definir mi elección por la antropología como carrera profesional. Ya de vuelta en Argentina, después de haber hecho el ingreso a Diseño Industrial en la Universidad de Tel Aviv, estaba cursando el CBC de Arquitectura en la FADU y conversando con mi padre le pregunté: “¿a qué se debe que la arquitectura mudéjar tenga como característica esas molduras, patrones, tramas, y colores?” Y me respondió “esa es una pregunta antropológica” (Hola, Krotz) y que no iba a ver algo semejante hasta quinto año en Historia de la Arquitectura y no con el nivel de profundidad para satisfacer mi pregunta. Acto seguido me metí en el sitio web de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA (porque en casa aprendí que se estudia en la universidad pública, laica, y gratuita y por eso es importante defender ese derecho) a mirar el plan de estudios de Antropología Sociocultural y recuerdo haberlo “escaneado” en una lectura que buscaba detectar pasiones y me sorprendí confirmando “esta materia me gusta, esta otra también, ¡y no hay matemática!” Esa misma semana tramité el pase de carrera. El pasaje de la FADU a Puan implicó dejar de pasar noches en vela haciendo láminas y maquetas a necesitar dormir bien para luego incorporar kilómetros de apuntes.

Fui estudiante trabajadora desde el día 1 en mi vida universitaria y me llamaba mucho la atención que much_s de mis compañer_s no trabajaban, ¿cómo articulaban los contenidos con la “vida real”? Hasta el momento en que dejé en stand by la carrera por incompatibilidad entre ambos mundos (los horarios de cursada nunca fueron muy amables con la rutina laboral y viceversa) trabajé en callcenters, como bibliotecaria, asistente de recaudación en una fundación, y un poco harta de llevar esa vida donde mi estudio de la antropología no tenía cauce y mi trabajo no me resultaba gratificante ni con un sentido más allá del autosustento económico, me empecé a plantear darle un sentido a mi “yo antropólogo”: me faltaba una agenda (Gracias, Prof. Ramiro Fernández Unsain), un propósito.

La opción de la carrera académica había dejado de atraerme, mucha circulación de narcisismos, de discusiones sin sentido y sólo interesantes para una élite académica o personalidades “del palo”, entre otras cosas que implicaban una gran dedicación de tiempo, esfuerzo, y energía en sostener la dinámica académica atravesando tensiones políticas que no sentía como propias. Entonces, el camino tenía que ser otro, pero ¿cuál?

Pensé cómo iba a hacer para lograr encontrar un trabajo que me permita vivir haciendo lo que me gusta. No sé si fui muy hábil (no tuve referentes en el área que me pudieran tirar una punta) pero en ese momento se me ocurrió que podía empezar a tirar CVs en agencias de publicidad y ensayar un poco esto del Social Media marketing porque las empresas siempre necesitarán vender y las marcas siempre necesitarán conocer a su público para vender más y mejor. Y así “me vendí” al sector privado. Para poder pagar un alquiler y pensar un poco al trabajar. Sucedió lo que nunca imaginé, pasé de una productora cultural, a una agencia de publicidad y marketing político hasta llegar una agencia del grupo WPP (el grupo de agencias publicitarias de renombre mundial) donde empecé a ensayar análisis del discurso y análisis de redes sociales (ARS) para delinear estrategias de comunicación digital.

Pero luego ocurrió otro salto cualitativo, el puntapié inicial de hacia dónde terminó virando mi actividad laboral: pasé por un proceso de selección de unos 3 meses en Mercado Libre para ingresar a su equipo de investigación de usuarios y quedé. Ahí aprendí algunas técnicas de testeos y estudios puntuales para mejorar la experiencia de usuarios de la plataforma web y la aplicación de Mercado Libre, y fue donde descubrí un campo laboral que desconocía en absoluto y al cual tuve que adaptarme rápidamente viviendo en carne propia la tensión de los tiempos etnográficos y los tiempos del mercado y del negocio.

De esa primera experiencia, pasé a redoblar la apuesta y aplicar la etnografía al diseño estratégico y generación de oportunidades de innovación en una de las consultoras de renombre del rubro, INSITUM (ahora Fjord). Y ahí fue cuando haciendo, trabajando, noté que había tendido un puente entre la antropología, la innovación y el diseño estratégico (que continúo haciendo hoy día) con el objetivo de llevar la antropología a campos no convencionales y/o poco explorados por la disciplina, y esa es mi agenda desde entonces y hasta hoy: ser agente de divulgación de la antropología en diversos espacios (ya que todo terreno es fértil para la antropología). Llevar a donde sea que vaya mi mirada antropológica, que por otro lado me es inalienable al ser parte de mi identidad y subjetividad.

Entonces, la antropología en mi área de trabajo es el marco teórico-metodológico del que me valgo para investigar la experiencia de usuari_s en su interacción y vínculo con marcas, productos y servicios, sean digitales o no. En mi rol, soy como una médium que trae a la mesa la experiencia de l_s usuari_s que interactúan con productos y servicios. Actualmente estoy representando a un sector de trabajadores bancarios en un banco de trayectoria y renombre mundial oriundo de Bilbao, influyendo en el diseño estratégico de procesos de trabajo y optimización de sistemas internos que son la materialización de dichos procesos.

En paralelo, también canalizo las necesidades del negocio a través del entendimiento de mis interlocutores que serán los consumidores del conocimiento producido durante la investigación y al mismo tiempo mis “otros” usuari_s a los que también debo interpretar para comunicar del modo más acorde los hallazgos y así guiar la toma de decisiones de negocio.

La antropología aporta un valor clave en el diseño estratégico, de experiencias, y como catalizadora de la innovación, al aportar una mirada desde la cercanía de quienes vivencian situaciones de uso y se vinculan con distintos productos, servicios, y procesos, sin perder de vista la complejidad de los contextos que enmarcan esas vivencias y su influencia sociocultural. Creo que es una disciplina con mucho trabajo por hacer más allá de la Academia y los lugares comunes de su práctica si en verdad nos interesa una antropología más y mejor vinculada con la sociedad que estudia y que la enmarca.

La antropología aplicada no es menos antropología que la que sucede entre los claustros académicos, la validez de la etnografía que se performa es tal según sea de creativo el profesional que la practique, siguiendo a Michael Agar en An Ethnography by any other name (2006), donde establece que más de una etnografía es posible pero no cualquiera es aceptable. Estamos aquí en la arena de cuál es aceptable, donde la discusión aún no supera el debate de la búsqueda de una excelencia académica en contraposición a la irreverencia innovadora de la aplicación de la antropología en otros espacios. Ese tránsito entre lo instituido y lo instituyente, invocando a Gregorio Kaminsky.

En mi inserción laboral al campo de la investigación de experiencia de usuarios, me fui encontrando con ventajas como el lugar de la alteridad de un discurso y una mirada aún extraña en ámbitos del sector privado. “Estamos sumando una persona con una mirada fresca y diferente, externa a nuestra organización” es una de las frases que más me resonó desde lo que para mí fue y es una ventaja al desarrollarme en mi trabajo desde la antropología aplicada. Ser el nexo entre dos ámbitos que no se suelen comunicar con fluidez es por demás motivante y una tarea que plantea desafíos a diario, es parte del trabajo etnográfico traducir e interpretar sentidos para dar curso a la articulación de esos ámbitos. Es por eso que me ubico en el lugar de una trabajadora etnográfica, si se me permite decirlo así, del campo de la antropología del diseño.

Desde ese lugar y bajo las implicancias del rol, las dificultades y obstáculos con los que me encontré tienen que ver con la extrañeza estructural de no estar en uno ni otro sitio. Como etnógrafa aplicada, las constricciones de la Academia se hicieron sentir desde el inicio de mi vida académica en padecer una cursada no compatible con los horarios laborales, y luego, con los discursos conservadores temerosos de que un sector de la institución académica se vea amenazado por la inserción laboral de una vertiente de la antropología (la aplicada) que no se abandona al giro discursivo que reproduce el statu quo de una autoridad (o autoritarismo) intelectual.

Pero esa dificultad inherente y sostenida, la de ser extraña vuelve a darse en mi espacio de trabajo una y otra vez (el antropólog_ siempre es un extraño), donde parte del desafío implica hacer ciertos ajustes en pos de trabajar junto a profesionales de otras disciplinas, como adecuar mi “lenguaje” y procesos de trabajo para lograr transmitir y convencer a los demás que la antropología es útil para diseñar soluciones o generar oportunidades de innovación. “Hablás en un lenguaje muy académico y no te entendemos” fue la primer reprimenda con la que me encontré, que una vez regulado, aprendí que tenía que presentar el conocimiento producido de manera accionable: que sea información fácilmente consumible por quienes tienen que tomar decisiones a partir de ese conocimiento, incluso hasta invertir. No se enseña eso en la facultad, lo aprendí “a los ponchazos” y desde (y en) la liminalidad.

Adoptar metodologías y técnicas de trabajo diferentes, como el pensamiento proyectual característico del Diseño (en el ámbito de la innovación se conoce como Design Thinking) fue otro contacto del tercer tipo que me revinculó con mi interés en el diseño al inicio de mi desarrollo profesional, en un retorno simbólico al CBC de Arquitectura, ya desde otro lugar y con otra mirada. Luego, trabajar bajo metodologías ágiles provenientes del mundo del desarrollo de software, desafió por completo mi estructura temporal etnográfica importada de la facultad.

Salir de un espacio que privilegia un conocimiento enciclopédico como parte de una praxis hegemónica de la antropología y devenir una profesional disidente de la Academia y en el sector privado son las dos caras de mi otredad laboral donde me encuentro en un estado de liminalidad constante en el que no soy parte de la Academia ni de un ámbito laboral esperable para un antropólog_.

La antropología, además, es una disciplina que demanda formación constante y que articula dicha formación con la experiencia (si además se aplicara el trípode freudiano de formación, supervisión y análisis, ¡qué potencial sumaría!). Esas dos esferas de la praxis admiten una dialéctica de retroalimentación en la que los límites y alcances de la exigencia de artilugios que legitimen su ejercicio (me refiero al título y los cargos académicos) por sí solos no alcanzan para representar lo que un etnógraf_ puede dar. Tener un papel o un cargo que diga que sos *algo* no necesariamente implica serlo o pensar desde ese lugar. Sumado a que ser y tener son dos dimensiones distintas.

¿Angustiante? Sin duda. Que pude hacer camino y habitar espacios no convencionales donde aplicar mi mirada antropológica, también. Es parte de la tarea del antropólog_ salir de algunos clósets o ser el nodo que mediante los lazos aparentemente débiles trama vínculos fuertes, por traer a Granovetter. Como un hub cultural, como vector de encuentros, o incluso como médium de alteridades. Al fin y al cabo, hacer antropología es re fácil. Dijo nadie nunca.

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Samanta Fink

I write about some variety of topics | Design Research Manager + DesOps @Mews | Ethnography driven innovation