Acá, bancando el Apocalipsis.

Samanta Fink
5 min readMar 19, 2020

En Twitter fui @SoyFink desde que me metí en ese antro digital del mal, hasta ayer, que en un rapto de uno de los efectos colaterales del aislamiento producto de estado de alerta que rige en España, pasé a “ser” @cuarentenity. “Qué torpe, ahora tenés inconsistencia con tus handles de las otras RRSS”, “Ese @ no es perofesional”, “ñañañaña”, dirán algun_s.

But let me tell you, no soy solo una cara bonita. No, en serio, no solo soy solo una UXer, una researcher, una cosificación de lo que cumple las expectativas de los demás o no pero que se mantiene a raya de su capacidad de categorización de la otredad.

El tema de la dificultad en mi categorización que mi entorno social experimentaba contribuyó a que la pertenencia siempre fuera eso en mi vida, un tema (además de las migraciones y las mudanzas de barrios). Desde la primaria. Que petisa, que judía, etc. Al menos en Argentina, en la escuela de Canadá era otro cantar, ahí me enseñaron los bemoles de la intolerancia.

Luego, en el secundario: que judía, que petisa, que hija de familia de guita (esto fue fascinante), y demás adjetivaciones que no recuerdo o reprimí pero sí recuerdo la violencia del trato que recibí esos 5 años infernales. La cuestión, era imperioso que yo “sea” un tabú. Me ponían en ese lugar (y yo me dejaba), esos torturadores infanto-juveniles me querían silenciar al ponerme en ese lugar. Porque tabú es eso de lo que no se habla. Y lo que no se dice, es invisible, mejor dicho, no existe. La otredad genera eso, incomoda al punto de querer anularlo, eliminarlo. Judía. Petisa. X, daba igual. Otra. Me faltó ser negra, gay, tener alguna condición de salud incapacitante y cartón lleno.

Es que es muy reconfortante reforzar la identidad grupal a partir del señalamiento y denostando a un otro. La intolerancia es funcional a los nacionalismos. Estados Unidos. “Unidos” en tanto y en cuanto tengan un enemigo común y recontra otro (Medio Oriente, Latinoamérica, etc.) que les una. Que si no, se amasijan entre ellos que tienen fuertes divergencias ideológicas y el respeto a los DDHH varía de estado a estado.

Cómo del coronavirus pasé “inadvertidamente” a hablar de identidad, de otredad, y de intolerancia. ¿Qué tendrá que ver?

Qué tiene que ver, ver a un “chino” y apartarse, señalarlo, tirar la comida que la nena llevó a su escuela para compartir e insultarla a ella y a su familia. Por china. Tanos. Españoles. Turistas infectos. Era un escenario difícil de imaginar ese donde el aspiracional de “ser viajado” de pronto pase de ser cool a un sucio portador de COVID-19. El virus no discrimina.

Cierre de fronteras.

La cuarentena.

— Es cuarentena porque son 40 días.

40 días. ¡¿40 días?! Me muero.

— Es que así surgió el término, pero no necesariamente tienen que ser 40 días.

Semana 2. Y pasé por el estado inicial de sorpresa, por otro estado de escepticismo, luego angustia, luego de aceptación de la realidad que toca. Ya estamos en el baile.

Ayer tuve dolor de cabeza, me compré un termómetro: 36,7º. Me fui a dormir y me desperté sintiéndome bien. Cada tanto tomo bocanadas de aire, ¿tendré el virus con síntomas leves? ¿O no tengo nada? Porque no tengo todos los síntomas que corresponden al COVID-19. Y la hipocondría no es propia de mí.

Confinamiento. Aislamiento. Distancia social.

Recordé lo que fue el otro episodio de aislamiento que viví en Israel durante la segunda intifada. En casa, como en todas las casas, había un cuarto que, a diferencia de los demás, tenía la puerta blindada y una ventana reforzada que no se abría. Ese cuarto se llama “Miklat” y es donde hay que refugiarse ante una amenaza de ataque químico/bacteriológico. Mi viejo, el arquitecto, para cuidar la salud mental de la familia hizo de ese cuarto un cuarto de vestir y ahí guardábamos todo lo que no entraba en el armario.

Pero el día de la alarma tuvimos que usarlo acorde a su función original, estábamos mi papá, mi mamá, mi hermana, y yo con dos baldes y cada uno con una caja que contenía una máscara antigas y su correspondiente jeringa deshidratante. Y agua, mucha agua. Nada más. Creo que fueron 8 horas que estuvimos encerrados en el Miklat, no recuerdo bien, la memoria hace de las suyas en estos casos y no es de fiar.

Este recuerdo en este aislamiento que lleva ya más de dos semanas, en un contexto totalmente diferente pero donde lo que se repite es la vulnerabilidad de nuestra vida, me hizo tomar conciencia que si bien no soy una chica fit, no entreno ni hago una apología del crossfit o lo que sea en Instagram porque quiero demostrarle al mundo lo fuerte que soy, sí estoy entrenada psíquicamente en el ejercicio de la resiliencia y la adaptación a entornos complejos y adversos. Safé de volar en pedacitos en Kfar Saba (Tel Aviv, Israel), ví cómo mi novio de ese entonces venía vestido de aceituna a casa con una M-16 al hombro todo sucio y oliendo a mil demonios, con la cara desfigurada de gestos de horror y flaco, muy flaco y fibroso.

Luego, 10 años después, la muerte de mi padre. La pérdida más dolorosa y significativa hasta el momento. La que me cambió y me empujó a adaptarme a otra vida. Una vida más cruel, más gris, donde la risa y la alegría es cosa de pelotud_s que no entienden nada de la vida porque no conocen la muerte. Y no seamos tan lineales en estos tiempos de literalidad asesina, porque los muertos son para los vivos. El finado es historia, recuerdos desfigurados, significantes, y también abona la tierra. Todo eso y quizá más según cada quién.

Estoy nombrando todas situaciones traumáticas, qué casualidad, ¿no?

No. Es lo que requiere estar preparad_: haberlas pasado. Poder hablar, expresar, elaborar, sacar afuera y resignificar. “Estaba enojada y ahora estoy preparada” gritó Marilina Bertoldi una vuelta.

Y de pronto me encuentro bancando este Apocalipsis estableciendo nuevas rutinas, encontrando nuevos motivos para reír (incluso si es por no llorar), estrenando país y trabajo nuevos, con la gente que supuestamente me quiere del otro lado del Atlántico pero pudiendo conocer otra que también me pueda querer, acá. Lo único Real (léase en clave psi) y definitivo es la muerte. Lo demás se puede laburar.

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Samanta Fink

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